La sierra de Atapuerca, uno de los más importantes enclaves arqueológicos del mundo, alberga evidencias fósiles y arqueológicas (industria lítica, huesos de fauna con marcas de carnicería, etc.), de los homínidos que han habitado el continente europeo a lo largo de más de un millón de años.
Del gran conjunto arqueológico de la sierra, los yacimientos de Trinchera, colmatados desde hace miles de años, ven la luz a raíz de la gran zanja o trinchera que atravesó la sierra a fines del s. XIX para dar paso a un ferrocarril minero. A diferencia de estos, la gran boca de la Cueva Mayor (que daba acceso al gran conjunto de salas y galerías subterráneas), fue siempre visible en el paisaje, accesible, y visitable. Hogar o lugar de enterramiento de las comunidades del Calcolítico y Edad del Bronce, Cueva Mayor siguió siendo conocida y usada desde la Edad del Hierro hasta época reciente como refugio pastoril y/o ocasional. Conocida como la Cueva de Atapuerca, Cueva Mayor está documentada desde el s. X BC.
Un emplazamiento estratégico
La sierra de Atapuerca se eleva poco en época histórica sobre el entorno cercano. Corresponde a la más alta de las terrazas del río Arlanzón (se eleva unos setenta metros sobre el cauce actual). Ha mantenido siempre un gran valor estratégico. Domina el corredor natural de la Bureba, que conecta las grandes cuencas del Ebro y del Duero. Aportaba recursos del saltus (leña, ganadería, caza y otros recursos del bosque) a las comunidades agroganaderas que se fueron asentando en la Bureba.
La ubicación de la sierra y la Bureba explican su papel como vía de comunicación, con caminos cercanos a Cueva Mayor. Por las inmediaciones de la cueva discurre una vía romana secundaria, un ramal de la vía Asturica Burdigala. Antiguos caminos recorren la sierra y enlazan los pueblos de larga tradición medieval, que la bordean. Una cañada enlaza los términos de Atapuerca e Ibeas de Juarros, bordeando la sierra. El antiguo Camino de Santiago, proveniente de Arlanzón, discurría junto a Ibeas de Juarros (conocida en 1151 como “Ibeas del Camino”). Al N de la sierra, junto al pueblo de Atapuerca discurre otro ramal de peregrinaje que procedía de San Juan de Ortega, documentado entre 1047 y el s. XIX como “camino de Tapuerca a Burgos”, o “de los romeros”.
Uso del Portalón de Cueva Mayor en época histórica
Aunque hasta el s. XX se desconocía su valor arqueológico, la boca de El Portalón y el recorrido subterráneo de partes de Cueva Mayor eran conocidos desde antiguo. En realidad, nunca dejaron de serlo. La recogida de huesos en la Sima de los Huesos está testimoniada desde al menos el s. XVIII.
Los niveles superiores de las excavaciones realizadas en El Portalón muestran estancias ocasionales o de corta duración (ligadas al pastoreo, caza, explotación de la madera, etc.) en la Protohistoria (Edad del Hierro, con fechas del 790-420 BC) y en época romana (lo encontrado se situaría a caballo entre el s. I a. C y el s. I BC).
En los niveles medievales excavados (s. X a XII), la dinámica de uso temporal u ocasional del vestíbulo como refugio de pastores o aprovechamiento de los recursos del bosque pervive. Las huellas de su uso, con un fin similar, serán ya bastante más escasas en épocas posteriores.
Huellas del paso de visitantes por el mundo subterráneo de Atapuerca
Como en la gran mayoría de cavidades de gran desarrollo y embocadura de dimensiones considerables, los visitantes dejaron sus inscripciones en sus galerías. Las hay desde la Edad Media. En 1868, los ingenieros de minas Sampayo y Zuaznavar, en su descripción de la cueva, hacen hincapié en su abundancia. Mencionan medievales, asocian alguna a posibles caracteres árabes, y señalan que son ya muchas desde el s. XVI. Recogen la de Fray Manuel Ruiz, que dejó también escrita la fecha, 1642. Indican que hay gran número del s. XVIII, y son muy frecuentes en el s. XIX, incluida la del gobernador de la provincia en 1863.
La Cueva Mayor en el s. X. El Becerro de Cardeña
Está documentada en documentos medievales. La referencia más antigua corresponde al s. X. En el Becerro de Cardeña, que recoge documentos reunidos entre finales del s. X y 1086, encontramos una referencia dentro de un documento de fin testamentario, con fecha del 9 de julio del 963, titulado “De Orbanelia et de Sancti Martini et de ecclesie Sancti Petri in Berbesca”. En él se dice: “…de inde per summa serra de Adtaporka usque ad ḝcclesiḝ Sancti Vincenti que est super illa cueba, et in directo per illa via que discurrit ad aslanzone…”.
Ecos de Atapuerca en la corte de los Austrias del s.XVI
En el s. XVI encontramos la noticia de una visita de la corte de Carlos V a su interior en 1520, y la primera descripción de la cueva según el relato que se hace en una carta dirigida a Felipe II el 23 de abril de 1576. Esa supuesta visita de 1520 a la cueva, está recogida en la “Crónica burlesca del emperador Carlos V” (1525) de don Francés de Zúñiga, bufón del Emperador. Este libro, segunda parte de sus crónicas satíricas y burlescas sobre la Corte del emperador y sus personajes, cumple su función cortesana de entretenimiento del emperador y sus allegados, haciendo ficción a partir de algo con un fondo verídico, las noticias y comentarios que corriesen en la Corte sobre la cueva de Atapuerca. Y aunque todo parece indicar que visita de la cueva (de ella dice Zúñiga: esa “…cueba admirable y espantosa de ber, y que creya ser hecha por Dos y no por mano de gentes…”) por parte de la Corte y sus personalidades sea más que dudosa, es un indicio claro de que no se trataba precisamente de una cueva desconocida, incluso en los ambientes cortesanos.
Atapuerca, tradición e Ilustración en el s. XVIII
Las visitas a la cavidad prosiguen, como lo atestiguan las inscripciones en la cueva. A finales del s. XVIII, en los albores de la paleontología, en la época de la Ilustración, preludio de la polémica entre la aceptación de un pasado tan remoto y el seguimiento fiel y textual del Génesis, las grandes salas y galerías de la cueva y sus fósiles siguen siendo de interés.
Cuando, en esa época, comienzan a elaborarse mapas precisos de la península, Tomás López y Vargas, geógrafo real (autor de los mapas provinciales de Madrid, Jaén, Granada y Córdoba), realizó un mapa titulado: “Mapa geográfico de una parte de la Provincia de Burgos que comprende los partidos de Burgos, Bureva, Castroxeriz, Candemuño, Villadiego, etc”. Para la elaboración del mapa de la diócesis remitió un formulario al arzobispado de Burgos.
La respuesta que recibe de Manuel Francisco de Paula, vicario de la burgalesa Cuadrilla de Gamonal (es una de las cuatro que integraban el arciprestazgo/decanato de Burgos, y comprende localidades que bordean la sierra, como Olmos de Atapuerca) se titula: “Descripción de algunas cosas curiosas que hay en la cuadrilla de Gamonal” (1795). En ella, el vicario destaca, como elemento singular más destacado la cueva de Atapuerca, es decir, la Cueva Mayor y las grandes galerías y salas de su interior. “…memorable Cueba, producción bien rara de la naturaleza, sin haver intervenido en su formacion la industria humana”. De Paula Indica múltiples visitas a la cavidad, sobre todo de agricultores, en 1783-83 y 1792-93. Y, en una fecha sin precisar, la visita del propio cabildo junto al justicia de Rubena y más gente, dirigidos en el recorrido por el clérigo Josef Gil de Matha.
A la descripción de la cueva dedica el vicario casi la mitad de su exposición, en la que subraya su asombro y admiración ante lo visto. Sobre el acceso, El Portalón, dice: “La entrada principal, que es por un Callejon de crecidos peñascos, mira casi al meridiano; y por aquí la primera vista que se descubre, es la de un grabe Portico construido de iguales peñascos”. De lo que escribe se deduce que se adentraron en el Salón del Coro, y siguen escoge hacia la derecha, adentrándose en la Galería de las Estatuas y Galería Baja; luego vuelven sobre sus pasos, al comprobar que la galería se interrumpe, para encaminarse por la vía izquierda hacia la Galería del Silo. Parte de la expedición logra superar las dificultades de la gatera que da acceso a la Sala de los Cíclopes y descienden al Silo o la Sima de los Huesos. Del recorrido, al vicario le llama la atención sus proporciones: “Por partes, la bobeda de esta Cueba es tan elevada, que compite, si no sobrepuja a la de la nave de la Yglesia mas alta, por otras partes es tan baja, que no llega a la de una pequeña hermita, y por otras es preciso pasar arrastrando como las Culebras por los abujeros de sus estrechos peñascos”. Destaca las formaciones estalagmíticas: “…así la mayor parte del cielo de esta Cueba esta cubierto de una especie de caramelos grandes, y pequeños, semejantes a aquellos que con el rigor del yelo vemos pendientes en los texados”.
Pero encuentra la explicación a lo que ve en el imaginario de las gentes de la comarca, y en fabulaciones de su propia cosecha. Habla de las leyendas asociadas a la cueva por las gentes de la comarca: existencia en ella de largos ríos verdes, profundos e intransitables; presencia de “…grandes quadras de pavorosos toros”; lugar subterráneo de “…salas espaciosas y adornadas camaras, y havitaciones de Damas mui peregrinas, y que en sus Antesalas estaban los Galanes,y escuderos armados con las bayonetas caladas, y alfanjes desnudos…”; huesos en la Sima pertenecientes a “…alguna espantosa fiera, criada en estas sierras” o en otras próximas, o restos de “…una sierpe muy horrible…”.
Explica la profusión de huesos que han visto al descender a la Sima como “osario de los moros, moras y moritos”, dada la leyenda de que “…esta Cueba la havitaron por largo tiempo los moros”. Los pozos o silos que habían visto en las galerías los relaciona con los “Pozos de Aníbal”, siguiendo la idea de las minas de las que los cartagineses, cuando conquistaron parte de la Península, sacaron mucho oro y plata de las entrañas de las sierras. Lo que le permite enlazar con otra leyenda que conoce, típica de las cavidades, sobre la presencia en la cueva de Atapuerca de oro y plata. Y esto le lleva a elucubrar sobre la posibilidad de que los huesos de la Sima fueran los de los mineros africanos usados en ella por los cartagineses. Y, por supuesto, encuentra otra posible explicación a la Sima de los Huesos en el episodio histórico más conocido de la zona, la batalla de Atapuerca entre castellanos y navarros en 1054. El depósito de huesos de la sima sería para el vicario el destino final de los muertos de la batalla: “…pudo acontezer que rompiesen por su bobeda y abrir por aqui un vocaron, que caiese recto, y perpendicular a este pozo, y arrojar por el los hombres, y caballos, que havian fenezido en el Campo y ser de estos la multitud, de tantos disformes y desiguales guesos”.
El s. XIX y los ecos de Darwin
A mediados del s. XIX, Pascual Madoz, en su monumental obra “Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España” (1845-1850), incluye la cueva (apoyado en los datos del escrito de 1795 del vicario de la cuadrilla de Gamonal, y con detalles que parecen indicar que manejó un croquis o mapa simplificado), aunque sin referirse a la sima: “…no se puede penetrar en ella sin luz artificial y cuerda, ni á pesar de las varias tentativas nunca se ha podido hallar el fin por sus muchas tortuosidades; se notan algunas escavaciones que se ignora para qué fueron hechas, y a los 3/4 de legua de profundidad se halla una pequeña, pero muy hermosa fuente de buena calidad y cristalina; su techo aparece cubierto de varias figuras formadas por la petrificación de las aguas que por él se infiltran”.
Las visitas se suceden, con consecuencias para la cavidad. El interés por visitar la cueva, creció sin duda en las décadas finales del siglo por la progresiva atracción de las clases acomodadas y profesiones liberales hacia los fósiles, y la Arqueología. Y, como dicen Sampayo y Zuaznávar, se ve reforzado por la cercanía a Burgos, la mayor facilidad para alquilar un vehículo que deje a corta distancia de la boca de la cueva, y la proximidad de ésta a la carretera Burgos - Logroño: “…contribuye a que la cueva sea visitada por los aficionados de la capital, no dejando de servir muchas veces de pretexto para pasar un día de campo…”.
Por entonces ya hay noticias “arqueológicas”. En la década de los sesenta del s. XIX, el conocimiento del pasado, y la formación arqueológica son muy minoritarios, aunque sí se aprecia el efecto que las revolucionarias teorías de Darwin provocaban por toda Europa. En un artículo del Eco Burgalés (20-V-1863) que recoge las excavaciones que realizaron Felipe Ariño y Ramón Inclán en la Cueva ciega, cercana a Cueva Mayor, recoge que encuentran un “…depósito de restos humanos, algunos de grandor extraordinario, y todos desmenuzados por su origen antiquísimo…un colmillo de jabalí y una gran concha de remotos mares”. En 1863, para evitar su deterioro, Felipe Ariño solicita y consigue de la Reina Isabel II la concesión en propiedad de la Cueva de Atapuerca, durante sesenta años. En su escrito indica la existencia de “…restos de sepulcros, monedas y hermosos fragmentos”, e indica que quiere levantar “…un plano facultativo interior”. En 1868 ya hay un guía oficial, Ramón Inclán.
Y en 1868, los ingenieros de minas P. Sampayo y M. Zuaznávar publican “Descripción con Planos de la cueva llamada de Atapuerca”, con grabados de Isidro Gil. La publicación de ambos ingenieros permite acceder al primer plano de la cueva, levantado por ambos. En su descripción de la cavidad se alternan los adjetivos calificativos (“misterioso palacio”, “suntuoso alcázar”), con datos relativamente precisos de su interior. De la Sima dicen: “…pequeña galería en cuyo piso se halla el famoso silo o pozo que tanto escita la curiosidad…Este pozo no es completamente vertical, sino que presenta rampas en diferentes sentidos. La falta de medios nos impidió reconocerle como hubiéramos deseado…”. Incluso calculan el desnivel (42,80 m) de la sima respecto “…a la zanja que precede a la entrada de la cueva…”. De Cueva Mayor se limitan a mencionar los silos de las galerías, restos humanos, y cerámicas. De los silos dicen: “…el piso de estas galería se halla cubierto en ciertos sitios, de redondos hoyos abiertos en la arcilla fina y sucia…han sido abiertos con objeto de sacar la arcilla que forma el suelo, para aprovecharla en varias artes”. En la Galería de las Estatuas localizan sobre el pavimento los restos destrozados de un esqueleto humano. No reflexionan sobre ello, pero sí sobre el daño ocasionado por visitantes: “…desmanes de algunos curiosos a quienes sólo parecen guiar en tales visitas el deseo de destruir”. Desgraciadamente, no podemos decir que el afán de destruir y coleccionar haya desaparecido en nuestros días entre los que visitan cualquier cueva, ni mucho menos. Es curiosa la explicación sobre “…varios trozos de barro cocido…” que encuentran entre los escombros de la entrada de la cueva: “…se supone ser crisoles, que usarían en sus manipulaciones algunos monederos falsos que establecerían su industria en aquellos subterráneos como más seguros para su objeto”.
Pero los ingenieros no creen que la cueva, Cueva Mayor, pueda ser incluida entre las “…cavernas huesosas…” con “…íntima relación con el origen de la especie humana”. Algo que sí piensan posible de la cercana cavidad de Cueva ciega, que también exploran. De ella dicen que cuenta con aberturas que comunican “…con otras cavidades de las que se dice haberse estraido tierra con huesos que suponen pertenecían a la raza humana, deduciendo de aquí una misteriosa y terrorífica historia”. Se basan para ello en las excavaciones de Ariño e Inclán (1863). Concluyen que “El estudio bien entendido de esta cuevas puede ser útil no sólo a la ciencia geológica, sino también a la arqueología, la antropología…”. En 1890, la cueva de Atapuerca pasará a depender de la familia Inclán, propiedad que ostentaron durante un siglo.
Años después, cuando la ciencia prehistórica está cobrando un impulso decisivo, la Cueva Mayor será ya objeto de estudios. En los primeros años del s. XX, L. March, en 1906, menciona la presencia de pinturas. En 1910 Jesús Carballo descubre el yacimiento de la Edad del Bronce, y pinturas, e Investiga allí entre 1911 y 1912. En esa época el abate Breuil y Hugo Obermaier la visitan y estudian, interesados especialmente por las pinturas rupestres, sobre todo por la pintura de una cabeza de caballo, localizada en dicha entrada por Carballo. Será el inicio de una nueva fase, la de la investigación.
Una investigación que hoy en día continúa, con los grandes resultados conocidos.
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