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  • : El blog de marianosinues
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11 junio 2011 6 11 /06 /junio /2011 02:56

Tras la derrota militar ante Prusia, surge en la Francia de finales del s. XIX una corriente nacionalista que buscaba referentes patrióticos, y que acabó convirtiendo de manera inconsciente el arte moderno, a partir del Impresionismo, en algo intrínsecamente francés, y aún más parisino.

El protagonismo francés (y aún más parisino) en la renovación de la plástica contemporánea se mueve en el escurridizo terreno del inconsciente colectivo, del acervo cultural adoptado como propio.

Nacionalismo e identidad cultural

Aun reconociendo lo complicado de aceptar la idea de una especificidad nacional en lo cultural, intelectuales como Cueff remarcan el autoconvencimiento francés de su papel como eje primordial y polo de absorción cultural en el mundo occidental.

Sin duda, la necesidad de una reivindicación fue potenciada desde el propio poder político francés, que propicia la corriente nacionalista que buscaba remontar la creciente sensación de inferioridad que generó la derrota en la guerra franco-prusiana.

La asimilación de la novedad como propio en la tradición francesa

La valoración de lo vanguardista como francés (enlazable también con la burguesa obsesión por el Progreso como objetivo) entroncaba con un largo proceso de concienciación y auto-convencimiento de la existencia de una personalidad propia, y del papel fundamental de la cultura francesa en Europa.

No era algo nuevo. Seguía una antigua tradición, remontable incluso a la Edad Media. Respondía al tradicional papel del país, y de su capital, como centro de absorción, fagocitación y transformación cultural.

En este polo de atracción cultural, las novedades se acomodaban, filtraban y metamorfosean como algo propio.

Paul Valéry ha llegado a describir a Francia como un “autor”.

El gusto burgués y la ciudad-luz

Este proceso parece acelerase y radicalizarse en los años finales del s. XIX.

Ya en la tercera República, las nuevas grandes colecciones artísticas de la élite económica y social facilitaban un cambio en el gusto burgués (ávida de reivindicación social, y de novedades), que desembocará en el ascenso imparable del Impresionismo.

Para Cueff, la leyenda de una ʺvilla-­luzʺ (París) en la que todo se vive, se hace, se dice, tiene mucho de cuento nacionalista, pero la historia quiere héroes prestigiosos, y la modernidad debía atribuir un origen legendario a sus héroes culturales.

Aun con el mito del malditismo en la ruptura entre la sociedad y los pintores de la Vanguardia, lo nuevo, sus creaciones, acabarán siendo valorados como algo propio, como una segunda definición de la propia París.

Paris, rue du Havre
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